Parece que fue ayer cuando llegamos a este lugar en medio de El Petén, pero ya hace más de cinco meses que somos San Andresinas y ahora cuesta hacer las maletas.
Desde que terminamos en la escuela, hemos ido alargando el día de salida, pero ya toca mover ficha y mañana nos vamos rumbo a Chiapas.
Cuando termina una etapa es habitual escribir sobre lo mejor y lo peor de la misma, pero han sido tantas cosas y tantas personas las que han pasado por nuestras vidas en este tiempo, que sólo puedo decir que ha merecido la pena.
Hemos aprendido, y esperemos que enseñado, mucho, no sólo en la escuela, sino también en el día a día. He descubierto que existe gente más lenta que yo (sí, mamá, es posible) y que el sabor de los frijoles, el pepino o el rábano son aceptados por mi paladar. He bailado hasta romper las sandalias, canciones que siempre negaré haber bailado. He sobrevivido al clima tropical gracias a las bolsas de agua, las chocofrutas, los cucos y los helados de frutas naturales. He bajado y subido cuestas, casi a diario, para llegar al lago donde he dejado que el sol cambie mi color tumbada en un muelle de madera. He confirmado que el que menos tiene, es el que más da y que se puede ser feliz con muy poca cosa, pero buena compañía. He disfrutado caminando entre la selva intentando identificar los diferentes árboles, buscando guacamayas y animales salvajes. He jugado a pillar como si tuviera seis años y al fútbol sin importar el tiempo o el terreno. He tejido hamacas y casi he conseguido mecerme sin marearme. He usado el machete, la sierra mecánica y he subido a lo más alto de una palmera, al más puro estilo de la jungla... y me he dado cuenta que en cualquier lugar del mundo puede estar lo que se busca.
San Andrés, te echaremos de menos.