Que levante la mano quien pensara que no iba a subir a lo más alto de la palmera. ¿Qué? ¿Tú tienes la mano en alto? ¡Qué valor! Si alguien más ha tenido la osadía de hacerlo, que la vaya bajando porque... ¡lo he conseguido!
Ayer fuimos de nuevo a casa de Federico y como siempre que vamos para allá, tenemos algo nuevo que contar.
Empezaré por mi hazaña del día, ya que me llena de orgullo y satisfacción haber sido capaz de subir a lo más alto (cálculos varios nos hacen pensar que son unos 15 metros), haber cogido un coco y haber bajado soltando las cuerdas a mitad camino, deslizándome por el tronco como un bombero en situación de emergencia.
Lo había intentado en dos ocasiones, con frustrantes resultados, pero como la cabezonería a veces sirve de algo, me propuse seguir intentándolo hasta poder mostrar esta imagen al mundo...
Aunque se ve un poco lejos, creedlo, soy yo, con una cara de alegría interesante y un gesto típico de victoria, muy visto en cualquier album de fotos de las familias chinas.
No sé si por la suerte del principiante, porque pesa menos o porque simplemente es más hábil, Elena consiguió alcanzar los cocos en el primer intento. Aquí tenemos el documento gráfico que lo ilustra.
Además de las fotos, tenemos una colección de moraduras y arañazos que certifican que no ha habido retoque fotográfico de ningún tipo. Pero ya nos avisaron hace tiempo que “para presumir hay que sufrir”.
La otra cosa interesante del día fue ver como con unos pocos materiales y mucha ilusión, se pueden transformar un montículo de arena, un par de plásticos, una nevera vieja y un poco de agua en un parque acuático.
En las últimas semanas Federico ha recibido mucha gente en su casa, bien para ayudarle en el jardín, bien de paso hacia otros lugares o simplemente para compartir unos días con él y sus hijas (y de rebote con todos nosotros). En estos momentos vive con Sabine, una mujer alemana, y Arturo, su hijo de 8 años. Por lo que se han juntado tres niños con ganas de jugar y divertirse en un lugar con un calor considerable. Solución: Hacer un miniparque acuático donde pasar las horas.
Aquí tenemos a Paola y Arturo jugando en el “tobogán”.
El niño que todos llevamos dentro, en nuestro caso no se esconde mucho, por lo que nada más ver aquello nos pusimos el bikini y nos lanzamos plástico abajo. Ahí estuvimos investigando maneras diferentes de tirarnos, de cabeza, por parejas... hasta que llegó el momento de meternos en la piscina-nevera. En la siguiente foto se ve más o menos todo, sólo falta el aspersor que estaba en otro sitio del jardín.
Como veis, los días van pasando felizmente y sin darnos apenas cuenta, ya hemos pasado el ecuador de nuestra estancia en San Andrés. ¡Cada vez tenéis menos tiempo para compraros el billete y visitarnos!
Ahora vamos a ver si nos arreglamos un poco, que se celebra el cumpleaños de Marina y se esperan más de 100 invitados.
¡Qué les vaya bien!
me muero de envidia!!!!! qué maravilla, ojalá pueda tener yo alguna vez una experiencia como la vuestra :) mmua!
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